Las 4 virtudes de una (buena) madre
Platón, uno de los primeros filósofos de occidente y claramente hombre sin hijos, definió en su momento que toda persona debía regirse en la vida por 4 virtudes cardinales: la prudencia, la fortaleza, la moderación (o templanza) y la justicia.
Esto lo aprendí en mi primer año de universidad y lo discutimos ampliamente con mis compañeros y profesores de ese entonces y jamás, ni en sueños, se me pasó por la mente que un día, siendo madre de dos niños de 7 y 5 años, me encontraría sistemáticamente practicando estas 4 virtudes día a día, especialmente ahora que es verano y los tengo en casa, mientras con su padre trabajamos, para encontrarlos al final del día con exceso de energía, mañas, peticiones varias y planificación absoluta de lo que será el fin de semana.
Y así me doy cuenta que aparece la prudencia en mi actuar al tratar de tomar en su justa medida peleas entre hermanos, demandas varias y mi cansancio de verano (el que, considero, es peor con el calor).
Luego aparece la fortaleza, una que me llama a seguir impartiendo valores, enseñanzas, disciplina, rutinas, etc. Todo lo que diariamente se requiere en la crianza para educar dos humanos relativamente dignos de vivir en sociedad.
Ahora me adelanto con la justicia, lejos la virtud más compleja de todas porque me exige ser prudente en mi actuar ante cada disputa entre mis dos hijos, entre ser justa en cómo y cuándo los premio con algo, en tratar de no castigarlos porque, comprobado, estos hijos míos se leyeron a mis espaldas todos los manuales de crianza positiva y ya nos dimos cuenta que los castigos con ellos no funcionan, pero sí ha funcionado el refuerzo constante y para eso, vaya qué hay que ser prudente, fuerte y justa.
Finalmente y la virtud que engloba todo esto de ser madre y tener virtudes desarrolladas de acuerdo al nuevo cargo: la templanza, porque entre los infinitos “mamá, mamá, mamá”, o “él empezó”, o “no quiero”…y quejas al infinito, la templanza es por excelencia, la virtud con la que podría viajar al pasado a Grecia en este mismo instante y no sé, impartir clases magistrales yo creo y, estoy segura, me iría con muchas otras mamás con las que ya tenemos doctorado en templanza. ¿O no?