Cuidado infantil: Emmi Pikler a la vena
De las “guaguas de goma” al cuidado respetuoso de los bebés.
Hace un tiempo una amiga me contó que nunca forzaba a su hijo de meses a ponerse de guata. Me dio una explicación teórica del porqué y, la verdad, yo la olvidé rápidamente. En ese momento no era madre.
Pero cuando los pediatras me insistían, desde el primer mes de vida de mi hija a dejarla por unos minutos apoyada sobre su estómago, para que supuestamente afirmara el cuello, me acordé de lo que decía mi amiga, no de las razones, pero sí de no hacerlo. Además, me hacía sentido: ¿Por qué forzarla a colocarse en una postura que evidentemente le molestaba demasiado? Nunca la puse de guata. Luego comprendí que al ponerla sobre su estómago antes que el bebé lo haga solo es igual a inmovilizarlo, pues no sabe cómo salir de ésta.
Sin embargo, la sentaba, la tomaba de las axilas y la alzaba un poco de las piernas para mudarla. Nadie me enseñó, creo que más bien fue cómo se me ocurrió hacerlo, lo que encontré más cómodo y práctico, entre medio de la vorágine que es el puerperio.
El dicho que las guaguas son de goma, me parecía muy cierto: entre el fular, el coche y los brazos, mi hija adoptaba de manera rápida cualquier postura, con mis a veces bruscos movimientos.
Cuando ella tenía tres meses fuimos a una pediatra antroposófica. Ese día mi hija se puso a llorar en la consulta y yo la tomaba y movía para todos lados en mi desesperación por calmarla, probé al menos cuatro posturas y nada. La doctora me observaba detenidamente, hasta que por fin me pidió tomarla. En tres segundos mi guagua estaba calmada, plácida y feliz en los brazos de una extraña. No podía creerlo, o ella era una iluminada o sabía tomar correctamente una guagua. Me mandó directo a una consultora Pikler.
Emmi Pikler fue pediatra nacida en 1902, quien desarrolló su trabajo en Hungría y fue la fundadora del instituto Lóczy en Budapest, donde implementó un sistema basado en el respeto a los niños, sin intervencionismo para su desarrollo psicomotor y en el cual se ponía especial énfasis en el libre movimiento de los bebés y el cuidado respetuoso de éstos.
En una sesión Solange Butendieck, psicomotricista, me enseñó cosas tan básicas como formas para tomar a mi hija en brazos, cómo mudarla, dejarla en el suelo etc. Todo tan distinto a como lo venía haciendo hasta ese momento. Era un gran cambio, aprender todo de nuevo. Pero me hacía mucho sentido y eso me motivaba a hacerlo.
Por ejemplo, no tomar a mi hija de las axilas para levantarla, sino que con una mano en el potito y otra en la cabeza. Pedirle siempre permiso cuando tomo sus manos y pies para vestirla. No mudarla levantando sus piernas, sino que ponerla de costado con mucha delicadeza. En definitiva, todo lo que estaba aprendiendo era a ser más delicada, darme tiempo para cada acción que emprendo con mi hija, ir a un nuevo ritmo, pausado, consciente y lleno de entrega y respeto. Dejar lo acelerado de la cotidianidad y entregarme por completo a las simples acciones, aquellas en las cuales también se va generando el apego.
Si bien tenía bastante que aprender, al menos en algo no estaba tan perdida. Desde que mi hija tenía dos meses, la dejaba a ratos en el suelo sobre una manta, porque sentía que era una posición que le acomodaba.
Solange me explicó que a los bebes les hace muy bien estar en el suelo, que es una postura natural para ellos y a medida que van pasado los meses, pueden ejercitar sus músculos y realizar movimientos más complejos. Además, me sensibilizó sobre la importancia de observar más e intervenir menos y me aseguró que sería un gran regalo para mí, el poder ir descubriendo la evolución en los movimientos de mi hija. Así fue.
Con una manta de algodón y con juguetes, en su mayoría hechos por mí, empecé a experimentar el placer de ver a mi hija moverse en el suelo y descubrir diversos objetos, por ejemplo cintas enrolladas en argollas de madera, sonajeros con lentejas y arroz, pañuelos, etc.
Después de mi consulta con Solange continué en un taller semanal con otras mamás en método Pikler y debo reconocer que lo que más me impresionó fue la paz y calma de todas esas guagüitas estando en el suelo, descubriendo su cuerpo y objetos. Algunas llegaron muy pequeñas (dos meses) y era increíble ver lo armónico de esos movimientos: todas hacían los mismos antes o después.
En este taller me hice más consciente de la importancia de tomar a mi hija suavemente, con movimientos lentos y posturas más armónicas, que evidentemente hacían que mi hija se sintiera segura y relajada.
Un cambio importante fue, que si bien seguí porteando, empecé a hacerlo menos, pues al ver cómo disfrutaba mi hija con sus exploraciones en el suelo, entendí que ella también necesita su espacio. Esto fue muy importante y positivo para las dos.
Ahora que tiene siete meses, le sigue gustando mucho estar en el suelo. Rueda bastante y me impresiona ver la elasticidad de sus pies. Pasa mucho de guatita, pero es una postura que finalmente surgió en forma natural en ella, nunca la forcé y por eso mismo la disfruta. Me siento bien de no haberla obligado a nada que no correspondiera con su desarrollo.
Lamento no haber sabido más de la teoría de Emmi Pikler cuando mi hija recién nació. De haber sido así, no hubiese hecho varias cosas, como sentarla, tomarla de las axilas, dejarla en postura vertical cuando era muy pequeña, etc..
¿Por qué no sentarla? Porque ella lo hará cuando su desarrollo psicomotriz se lo permita. Si yo la obligo, la fuerzo a hacer movimientos que no domina, así, se saltará etapas y procesos, lo cual termina siendo un agente estresor para el bebé.
¿Por qué no tomarla de las axilas? Porque esta postura las obliga a utilizar los músculos abdominales, se alzan de manera vertical y por lo general más bruscamente en esta postura. Tan distinto es ofrecerle una base de contención sólida para su espalda con el brazo, levantándola de manera horizontal, con una mano en su cabeza y otra en el potito. Y por supuesto de manera pausada.
¿Por qué no colocarlas verticalmente? Si bien esta postura es muy fácil para los papás o cualquiera que toma al bebé, no lo es para este último. Porque el peso de la cabeza de las guaguas es muy superior proporcionalmente, si lo comparamos con los adultos. Y al ponerla vertical todo el peso de la cabeza se traspasa a la espalda baja, lo cual en casos graves puede llevar a problemas en la columna en el futuro.
Me he dado cuenta que la posibilidad de moverse libremente en el piso y el cuidado muy respetuoso y consciente de los bebés no es algo extendido. En una sociedad que impone ciertos patrones y que lo práctico y rápido alcanza hasta los métodos de crianza, creo que la mirada de Emmi Pikler es muy iluminadora. Me deja claro que las “guaguas NO son de goma” y que se merecen de nuestro máximo respeto y delicadeza al interactuar y tomarlas. No es siempre fácil, pero es un maravilloso y gran desafío para una maternidad más consciente.
Post publicado en colaboración con Witty.la.