Por: - Agosto 23rd, 2015 - 2 Comentarios »

Comenzando una nueva etapa en la familia, nos vamos a vivir al sur

Era invierno del 2013, yo llevaba poco tiempo en un nuevo trabajo donde mi hora de lactancia valía un pepino y tenía que cumplir con unos horarios del terror. Así, viendo a mi hijo en las mañanas dormido y en las noches cuando volvía a la casa después del trabajo, nuevamente dormido, me bajó la pena, me anduve deprimiendo y me enfermé. Una de esas noches de pena y angustia le dije a mi marido “no quiero esto para mi vida, ni para nuestra vida como familia, quiero ver a mi hijo crecer, quiero tener otro hijo y estar lo más que pueda con ellos, renuncio a todo mi “ego profesional” a cambio de poder llevar otra vida, las prioridades cambiaron y esto es lo que quiero ahora…al carajo con llegar a lo más alto de mi carrera.”

Evidentemente no fueron estas las palabras exactas pero sí son la esencia, esencia de un tema que se instaló en la familia y que no se fue más. Mi marido y yo somos del sur, crecimos en Puerto Montt y estudiamos en Puerto Varas, por lo que sabíamos que en esa zona la posibilidad de hacer otro proyecto de familia era lo que necesitábamos. Qué hacemos entonces? Nos vamos de Santiago? Cómo lo haremos? En qué trabajaremos? Así, una larga lista de preguntas comenzaron a aparecer. Pero ante el miedo dijimos “avancemos” y pusimos un plazo, a 5 años, no más.

Entremedio yo me cambié de trabajo, me odiaron por irme y según ellos “dejarlos botados” pero estoy segura que no me lloraron ni media hora. Todos somos reemplazables en la pega. Me fui a un rubro nuevo aceptando el desafío y fue una gran experiencia. Volví a sentirme más segura profesionalmente y crecí como persona y mamá, todo al mismo tiempo.

Luego me embaracé, una nueva maternidad se venía y aunque al principio se complicó el asunto, hice reposo y pude trabajar hasta un poco antes del prenatal porque tuve que salir anticipadamente ya que la señorita que esperaba, se puso mañosa en la panza de mamá y quería llegar a este mundo antes de lo planificado.

En 2 años pasaron muchas cosas pero la meta seguía “nos vamos al sur, a Puerto Montt”. En el intertanto a mi marido lo ascendieron y a mi me llamaron en pleno postnatal a dos entrevistas de trabajo, uno de ellos “my dream job” y yo sólo pensaba “porqué me haces esto destino? porqué? al momento en que agradecía la oferta y decía que no.”

Se anduvo complicando la meta cuando mi hija se enfermó en mayo y tuvimos que hospitalizarla, se anduvo complicando también con los desafíos laborales que llegaban a nosotros para hacernos dudar, con los miedos si nos podríamos el peso de la decisión y si podríamos con todo y por último, se dieron algunas oportunidades de poder seguir arrendando la casa que habíamos comprado en Puerto Montt como inversión y proyecto futuro.

Y el tiempo pasó y llegó junio del 2015, nos decidimos y compramos los pasajes, comenzamos a embalar y avisar que nos íbamos, ya no había vuelta atrás, el mes se fue volando y el 1 de julio partimos los 4 a Puerto Montt, dejamos el departamento en Santiago y llegamos a la casa de mis suegros mientras arreglábamos la que sería nuestra nueva casa. Había que remodelar y dejarla habitable.

Renuncié a mi trabajo, renuncié a vivir en Santiago, a ver a mi mamá y mi hermana todas las semanas, a caminar por las calles y hacer todo a píe, a las luces tan bonitas de la ciudad, al caos que me encanta. Aquí estoy hoy, esta es mi nueva vida. Todavía con cajas por desembalar, organizando una casa y todo lo que ello involucra que no es ni comparado con vivir en un departamento. Dedicada por completo a la familia y algo colapsada con tantas cosas por hacer y con dos niños chicos que demandan todo mi tiempo y me dejan con cero energía para escribir o para hacer otras cosas, pero esta es una etapa de acomodo, de ir tanteando el terreno y de adaptarnos.

No ha sido fácil pero hemos tenido el apoyo de la familia y de amigos que a la distancia se han preocupado por nosotros. No tenemos amigos en la ciudad todavía y la familia que tenemos acá es nuestro soporte emocional y de amistad. Mi hijo es el que creo, ha sufrido más con este cambio, entró al colegio y le ha costado un poco sobrellevar tantas cosas nuevas. Pero cuando aparece un poco de sol en esta ciudad de lluvia y frío, sale feliz a jugar, se olvida de lo movido que ha sido el cambio y cada vez disfruta más su nueva casa, “la casa mueva mamarilla”.

Aún no tengo trabajo, no conozco a mucha gente en la ciudad y quiero buscar algo que compatibilice mi tiempo de mamá con mi tiempo profesional, “una gallina que valga poco y pese harto” me dijeron por ahí, pero no es un imposible, con ser porfiada y perseverante se puede, y de eso, pucha que tengo harto. Y cuando me baja la pena o la nostalgia por Santiago y por todo lo que eramos antes, salgo a respirar ese aire frío, miro el mar, a mis niños, a mi marido y hasta a mi gato y pienso que no podía ser de otra manera. Había que abrir otro capítulo en nuestro libro de familia y aquí estamos, escribiendo un poquito cada día.

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