Por: - Noviembre 23rd, 2013 - Sin Comentarios »

El comienzo de la nueva vida: Tu guagua llegó a la casa

La escena parte más o menos de esta manera: Vuelves de la clínica y aunque sólo estuviste un par de días, el mundo afuera es ahora post apocalíptico, todo es sumamente peligroso, todo es un riesgo y desde tu perspectiva pareciera que fueras una cazadora de las cavernas protegiendo a tu cría de los autos que no andan a 30 kms. como debieran por las calles, de todas las personas que tocan a tu guagua sin tu consentimiento. La lanza imaginaria que tienes ahora en tu mano está permanentemente a punto de atacar.

Esas fueron algunas de las visualizaciones que tuve cuando salimos un lunes de la clínica al mediodía con nuestro más preciado tesoro de sólo días, nos subimos al auto, yo atrás con él, protegiendo con exageración su cabecita que volaba en la silla “huevito” del auto. Partimos a la casa, que para mis ojos, aunque días antes y por esa cosa que llaman “nesting” que es como haciendo el nido, había limpiado en cada rincón con toallitas de cloro, agachada pasándola hasta por encima del gato, aún así me parecía un laboratorio lleno de bacterias.

Entonces, con las hormonas revueltas todavía y la emoción, el miedo y mil sensaciones más, lo cambiamos y le pusimos una ropita que oh! con las horas nos dimos cuenta de que traía una patita más corta que la otra! Por lo mismo, el pequeño lloraba incómodo y cuando estábamos a punto de devolvernos a la clínica, nos dimos cuenta del garrafal error de padres primerizos, error número 10 a esas alturas en los pocos días que llevábamos de papás.

Las primeras horas de vuelta a casa siguieron con los nervios de punta pero disimulábamos ante los papás nuestros que habían llegado a vernos, yo como podía trataba de darle pecho acostumbrándome a que de ahora en adelante la cosa sería sin la auxiliar de neonatología ayudando, a puro instinto no más tenía que ser la cosa. Hasta que llegó la noche y mi nuevo modo “halcón” salió a flote, instalándome a mirarlo todo el rato y sin pegar un ojo en esa fría noche que dentro de la pieza en realidad debe haber estado por los 30 grados o más que teníamos con la calefacción.

Pero con los días todo fue, y me gustaría acá mentir pero no, así que diré no más que fue…PEOR, el pequeño lloraba toda la santa noche y de día dormía como lirón, yo encontraba también momentos para dormir pero las noches llegaban y partía la fiesta del llanto y las discusiones a las cuatro de la mañana con mi marido por no saber cómo calmarlo.

Llegó su primer control y nos dijeron que tenía cólicos y reflujo, con algunos remedios y mucha paciencia, cariño y mecerlo comenzamos a dominar la técnica para calmarlo, mientras, las malditas hormonas me tenían llorando día y noche y el dolor de la cesárea y del útero todavía contrayéndose a veces eran dignos de aullar, pero me aguantaba porque uno pasa a segundo plano con esto del bebé en casa y no es momento de andar luciéndose.

No obstante, el tiempo pasa y el primer mes se asomó con las primeras sonrisas, la técnica para amamantar se perfeccionó y comenzó a dormir de noche. Con el primer baño y la caída del cordón marcamos el primer tiempo con Julián. Ya los momentos difíciles del inicio quedaban en el más absoluto olvido y el segundo mes del cachorro empezaba a asomarse con mejores días, lo que se hizo increíblemente evidente cuando cumplió su primer trimestre de vida, ahí fue como que me cambiaran a la guagua, pero para darme cuenta de esto, tenían que necesariamente pasar dos meses de terremoto grado mil, también llamado “ahora tienes un hijo, deal with it”

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