La segunda cesárea, un paseo en relación a la primera
El día 27 de diciembre del 2014 fue el día escogido por mi marido para que naciera nuestra hija, el ginecólogo nos había ofrecido el 26 o el 29 pero nos quedamos con el 27 para así poder, si todo salía bien, irnos a la casa el 31 de diciembre en la mañana.
Así las cosas me olvidé de la posibilidad de tener a mi hija el 18 de diciembre, fecha en que cumplía las 38 semanas, preferimos que tuviera una semana y un par de días más en mi panza, con la esperanza de llevarme la medalla que dan imaginariamente en mi cabeza a las mamás que tienen hijos sobre 3 kilos al nacer, esto porque mi primer hijo pesó 2,980 kg. y según el pediatra era “mi culpa” que no hubiese tenido más peso, cosa que desde luego me dejó con harto material para la mini depresión postparto de los primeros días o el llamado “baby blues” que en mayor o menor medida todas las mamás tenemos al tener a nuestros hijos (auspiciado por el escándalo hormonal con el que quedamos).
Y bueno, llegado el día, apareció también el trabajo de parto, ese que no pude tener con mi primer hijo comenzaba a llegar sin que nadie lo haya invitado, partiendo primero algo tímido el día anterior, para darme toda la felicidad del mundo en la madrugada y ya en la mañana, preparando todo para partir a la clínica, con evidentes y ordenadas contracciones.
Pero aunque hubiera entrado finalmente en tierra derecha, no había forma de tener un parto normal, mi segunda hija venía tan cruzada como mi primer retoño y además traía el cordón bien amarradito a su cuello, casi como un pañuelo, eso lo supimos en la cesárea, una que esta vez fue mucho más tranquila, más conversada, donde mi doctor me iba contando lo que estaba haciendo y el pediatra me la pasó mucho rato, nada de un besito y chao, la tuve en mi pecho y me dejó hacerle cariño, soltando mi mano de esa amarra que te ponen tipo crucificada para luego volver a amarrarla cuando se la llevó para que la limpiaran (por este significativo gesto, el pediatra se llevó un sticker de estrella en su frente de parte mía) y, lo más importante, fue sin llanto de entrada, sin nervios y sin ansiedades, sólo hubo lagrimas cuando mi gordita dio su primer chillido de “he llegado a este mundo señoras y señores, afírmense!”
Con la operación ya lista, llegó el momento de subir a la pieza, la familia la conoció y luego nos dejaron solos con el papá para estar con ella y darle pecho por primera vez. Nuevamente, debo recalcar que esta vez fue diferente a la primera cesárea, ahora yo estaba en este mundo, aunque media mareada por la anestesia pero más lúcida definitivamente y ah! también pude descansar más en esas primeras horas porque se preocuparon de cuidar a la Amalia por mi para que yo durmiera un rato.
Ya en la noche estaba como si nada, levantada, sin sonda y yendo al baño y el resto de los días en la clínica, sino hubiera sido por un resfrío estúpido que me agarré, puedo decir, con total conocimiento de la causa, que la segunda cesárea es un paseo a la playa al lado de la primera.
Y es que esto de saber a lo que vas creo que es el ingrediente principal para tener un mejor post operatorio y claro, tener un mayor auto control también sirvió y vaya que sirvió, pudiendo enfocarme en que todo lo que viviría esa mañana no me pertenecía a mi, sino que es parte de la historia de mi hija, que comenzó a escribirla con su primer llanto al salir de la guata de su mamá, esto último fue en lo que más me concentré en el quirófano… en eso y en que los doctores, ya cuando me estaban terminando de operar, discutían sobre la canción “Happy” de Pharrel y me daban ganas de opinar y corregirles la letra pero me quedé callada no más para que me cerraran la guata. Sí hija mía, tu mamá es un poco dispersa, no te preocupes, ya aprenderás a conocerme.